Se lamentaba Marta en un comentario al post anterior de que Lviv es la ciudad más retrasada en la preparación de la Eurocopa 2012 de Polonia y Ucrania y aprovecho para seguir el hilo.
Es cierto, con excepción de la base hotelera, y no podía ser de otra manera: es la ciudad menos industrializada y no tiene oligarcas como Pinchuk, Akhmetov o similares. Pero no es menos verdad que es la ciudad más atractiva turísticamente de las que acogen el torneo, y lo seguiría siendo incluso si Cracovia fuera también sede. Y me alegro enormemente de que no la hayan tachado de la lista, independientemente de los motivos que haya tenido Platini para no modificar los planes.
Pero no de fútbol quería escribir, sino sobre la lentitud de los cambios sociales y económicos en Ucrania, muy lentos si se los compara a los de otros países del antiguo bloque. Las analogías y las comparaciones suelen ser odiosas, pero a veces salen ilustrativas y además éstas dos las tengo de un ucraniano, Igor Balinskiy, redactor jefe del portal zaxid.net, el más leído del Oeste de Ucrania (захід -zakhid-, en ucraniano, significa eso: Oeste). Pues bien, mientras que cuando se derribaba el comunismo en Polonia habia miles y miles de disidentes «fichados» por los servicios de seguridad y se hablaba (aunque con exageración) de diez millones de miembros de «Solidaridad», en Ucrania había, oficialmente, unos ochocientos osados. Sea como fuere, ¿qué es eso para un país tan grande? Otro dato curioso, más actual: mientras que en Polonia había antes de la crisis tres billonarios, en Ucrania, con una economía más frágil, había ciento cuarenta.
En fin, que teniendo en cuenta el grado de sovietización de la sociedad y el poder que han alcanzado los mandamases del viejo régimen, es lógico que no se note una aceleración «excesiva». El valor de algunas cosas consiste sencillamente en que existen. Ucrania es una de ellas. Me contaba tomando un café Yaroslav Hrytsak, brillante historiador ucraniano, cómo un diplomático británico, al poco de que Ucrania alcanzara la independencia, decía que este país era como un abejorro, que si uno lo mira detenidamente, lo primero que piensa es: «¡este bicho es imposible que vuele!» Pero vuela. Con un vuelo poco gracioso, cierto, pero vuela. Y la Eurocopa, aunque desde el punto de vista organizativo pueda resultar según los estándares europeos un fracaso, y para los hinchas que viajen un shock cultural, merecerá la pena.
Hrytsak se refería también con este ejemplo del abejorro a los abismos que separan históricamente a diferentes regiones de Ucrania, en teoría casi insalvables. Pero sobre eso, otro día. También sobre los que son menos optimistas, que no faltan. Eso sí, el café con el profesor tuvo su gracia: un español y un ucraniano que en la histórica cafetería «Vienesa» de Lviv conversaban en polaco.
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