Archivo de marzo 2010

Terapia de shock

marzo 8, 2010

Ni los más viejos del lugar recuerdan una campaña tan efectiva: a la fundación polaca Pro le ha bastado una valla publicitaria en Poznań para llegar a todo el mundo.

Las reacciones, como se esperaba, han sido muy dispares: ver a Adolf en un póster gigante desata emociones muy fuertes. Si además se le añade el mensaje: «Aborto para las polacas. Introducido por Hiler el 9 de marzo de 1943», la polémica está servida.

Es desagradable a la vista, utiliza el método de shock -que es casi siempre arma de dos filos -, pero también sirve para recordar que, detrás de la cortina de humo de asepsia que presenta el aborto como una operación más o como un derecho, o de eufemismos del estilo de «interrupción del embarazo», se esconde una realidad mucho más sórdida: la pérdida total de cualquier derecho por parte de uno que ni puede defenderse, ni tiene voz.

La imagen del fuhrer ha sembrado cierta confusión, pero lo que explican los organizadores es que, al igual que pasa con las leyes del aborto en muchos lugares, ese criminal llegó al poder democráticamente: no basta una mayoría para que una ley sea buena.

El pedestal de Kapuściński

marzo 6, 2010

Pasó lo que suele pasar siempre en Polonia en estos casos: que antes incluso de que salga el libro o artículo de marras las «autoridades morales» del país pontifican sobre su contenido sin haberlo leído. Es más, los comentarios más comunes en los alrededores de Gazeta Wyborcza sobre Kapuściński non-fiction es: «una persona decente no puede leer esto» y «ni lo he leído ni lo voy a leer».

Mejor tener algo de paciencia y leer. En cualquier caso en Wyborcza tienen un problema grave porque esta vez no es como lo de Wałęsa: el libro no lo ha escrito alguien a quien se le pueda pegar la etiqueta de «hiena», «fascista», «derechista sin escrúpulos» sino… un periodista «de la casa», de izquierdas, alterglobalista además.

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Elegir un mito

marzo 5, 2010

Hace exactamente 70 años, los mandatarios soviéticos decidieron deshacerse de unos 20.000 prisioneros polacos con un tiro en la nuca. Fue un acto más en la larga serie de crímenes del comunismo, pero tiene mucho de excepcional. No por los números -unas gotitas de sangre si se compara con el Holodomor en Ucrania – pero sí por lo que se buscaba: aniquilar la inteligentsya de Polonia y quebrar así la columna vertebral a una nación entera (una nación con la que, por cierto, no se encontraban en estado de guerra). No estuvo sola la URSS en su empeño: el III Reich fue un «digno» competidor, a la vez que socio fiel hasta junio de 1941.



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