Ni los más viejos del lugar recuerdan una campaña tan efectiva: a la fundación polaca Pro le ha bastado una valla publicitaria en Poznań para llegar a todo el mundo.
Las reacciones, como se esperaba, han sido muy dispares: ver a Adolf en un póster gigante desata emociones muy fuertes. Si además se le añade el mensaje: «Aborto para las polacas. Introducido por Hiler el 9 de marzo de 1943», la polémica está servida.
Es desagradable a la vista, utiliza el método de shock -que es casi siempre arma de dos filos -, pero también sirve para recordar que, detrás de la cortina de humo de asepsia que presenta el aborto como una operación más o como un derecho, o de eufemismos del estilo de «interrupción del embarazo», se esconde una realidad mucho más sórdida: la pérdida total de cualquier derecho por parte de uno que ni puede defenderse, ni tiene voz.
La imagen del fuhrer ha sembrado cierta confusión, pero lo que explican los organizadores es que, al igual que pasa con las leyes del aborto en muchos lugares, ese criminal llegó al poder democráticamente: no basta una mayoría para que una ley sea buena.
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