Smolensk – año 1

De primeras puede parecer irracional. Sin embargo, si nos ponemos por unos pocos minutos en la piel del polaco medio, nos daremos cuenta de que lo milagroso es que, con lo que ha llovido aquí este año, tan sólo un ocho por ciento de los habitantes de este país se inclina por la tesis de que fue un atentado lo que sesgó la vida del presidente Lech Kaczyski, su esposa y los demás 94 pasajeros del tupolev 154.

Si uno no ha seguido el curso de los acontecimientos, creerá ver un grupo de fanáticos que no pueden mentalizarse de que la presión que su ídolo ejerció sobre los pilotos causó la desgracia. Pero basta rascar sólo un poquito y la imagen se nos distorsiona. El último año junto a la rivera del Vístula ha estado lleno de frustración, humillaciones y provocaciones de dentro y fuera del país, unos potentes como puño de Cassius Clay, muchos otros cual pequeños pinchazos, de esos que en las ligas inferiores se hacen con alfileres cuando el árbitro está mirando para otro lado. La última, anoche: sin previo aviso las autoridades rusas cambiaron la placa conmemorativa que los polacos colocaron hace medio año en el lugar de la catástrofe.

El pronóstico es de tablas, quizá a perpetuidad. En Polonia funciona ya una corriente de información quasi-clandestina que no cederá, conociendo la capacidad de esta gente de mantener el tipo y guardar fidelidad al testamento de los mayores contra toda esperanza durante decenios o siglos. ¿Qué buscan? Dicen que la verdad sobre la catástrofe de Smolensk. Hoy se han dado cita junto al Palacio del Gobernador, lugar de trabajo del presidente Komorowski y que fue residencia del difunto Lech Kaczynski. «Una palabra de Jaroslaw y algo habría estallado aquí. Esta mañana el ambiene estaba muy tenso. Ahora ya no, se nota» comenta Tomasz, uno de las decenas de miles de varsovianos y visitantes que han pasado hoy por la céntrica Krakowskie Przemiescie.

No es en absoluto cierto que los polacos -ni los más acérrimos partidarios de Kaczynski- sean incapaces de ver responsabilidad polaca en la tragedia del pasado año. Sin ir más lejos, Jerzy Polaczek, ex-ministro de fomento en el gobierno de Ley y Justicia, fue el primero en describir con toda frialdad los errores procedurales que desde hacía años se cometían en el 36 Regimiento del Ejército de Aire y que habría bastado corregir para evitar la desgracia. Esto puede ser también causa de la pasividad de los funcionarios polacos: no querer que salgan a la luz del día tantos trapos sucios.

Lo que ha quedado meridianamente claro es la total indisponibilidad de la Federación Rusa para aceptar sus fallos y la indolencia supina de los mandatarios polacos para llevar a buen puerto la investigación del suceso. Y eso desde el mismísimo día de la catástrofe. La decisión de dejar las pesquisas en manos de la misma organización que certifica en el área de la extinta URSS aeropuertos y aviones tales como el TU-154 y sus piezas, siendo indulgentes, podemos cosiderarla como un error de bulto, y eso sin tomar en cuenta el largo historial de corrupción del Comité Internacional de Aviación que dirige Tatiana Anódina, general rusa con inmunidad diplomática. Además de que, en teoría, esta institución sólo se ocupa de vuelos civiles y no militares, como era el caso, y de que no existe posibilidad de control sobre ella, pues el anexo 13 de la Convención de Chicago, elegido como marco legal de la investigación no lo exige.

«Las autoridades rusas», dice Polaczek, «de un modo que no tiene precedentes nos han imposibilitado el acceso a materiales, a lo que la Convención les obliga. Hablamos de una tercera parte de los datos. Imaginémonos que a trescientos metros de Barajas se estrellase un avión de LOT y que nos ceñimos el anexo 13 de la Convención. Si las autoridades de la aviación española no dieran al representante acreditado de la República de Polonia acceso a la transcripción de los radares, de los precedimientos vigentes en el aeropuerto en lo referente a las acciones de salvamento, de administración del espacio aéreo,… es seguro que en España se abriría una causa contra estos funcionarios».

Desde los primeros minutos fuimos cubiertos por oleadas de desinformación. Ya a los quince minutos se nos dijo que el avión había tratado de aterrizar cuatro veces, cuando ni siquiera lo hizo una. Meses más tarde nos contaron en una espectacular conferencia que un general borracho, el mandado de Kaczynski, influyó en la decisión de los pilotos. Pero nada de eso aparece en la transcripción de las cajas negras: pura suposición y ningún dato. Y omisiones de enorme calado: «nos vamos», dice el piloto Protasiuk, y a los pocos segundos su compañero confirma «nos vamos». Este fragmento -20 segundos antes de estrellarse el avión- no apareció en la puesta en escena de Anódina. Nos falta saber por qué el avión no reaccionó.

Si a todo esto se une las imágenes grabadas del destrozo de los restos del avión por parte de funcionarios rusos y de cómo sigue a la intemperie sin que la fiscalía polaca tenga acceso a él, y que en un año ningún medio de comunicación de Polonia haya sido capaz de contactar con los miembros de la tripulación del aeropuerto, ¿cómo extrañarse de que aparezcan teorías conspiranoicas?

Panowie spokojnie

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